Antonio Jesús Casimiro Andújar
Doctor en Educación Física y profesor titular de la Universidad de Almería
www.activatelavida.com
‘LA FELICIDAD SE PUEDE HALLAR HASTA EN LOS MOMENTOS MÁS OSCUROS, SI SOMOS CAPACES DE USAR BIEN LA LUZ’ ALBUS DUMBLEDORE
Emoción y ejercicio van intrínsecamente unidos por la propia etimología; la emoción (e-motion) es el motor de nuestra vida, energía en movimiento. Un ámbito donde se aporta una gran posibilidad de experimentación integral es, sin duda, el deporte, en cualquiera de sus campos de aplicación: educativo, recreativo o de competición.
En él se ponen en juego diversos aspectos físicos (velocidad, resistencia, fuerza, flexibilidad, habilidad, técnica, etc.), mentales (capacidad de aprendizaje, atención, concentración, decisión, etc.) y emocionales (compañerismo, asertividad, persistencia, voluntad, autoconfianza, optimismo, valentía, resiliencia, capacidad de frustración, etc.).
La conjunción de tantos factores convierte al deporte en un micromundo excepcional, en el que se movilizan muchos programas emocionales y mentales que, en la vida cotidiana, quedan apartados por las rutinas, entornos controlados, zonas de confort y carencia de desafíos.
La actividad físico-deportiva, si se enfoca de la manera adecuada, es una auténtica “escuela de vida”, desde la infancia a la vejez, siempre que la persona esté dispuesta a realizarla de manera equilibrada, sana y honesta. Desgraciadamente, muchos jóvenes, en el momento que finalizan sus estudios en la escuela o el instituto, dejan atrás el deporte, entrando en una vida en la que el disfrute del movimiento y de la interacción lúdica desaparece, al igual que sucede con otros hábitos saludables.
El contacto con uno mismo y con los demás a través del deporte es un aporte fundamental a lo largo de todo el ciclo vital, donde los beneficios integrales que se consiguen son tan importantes, a nivel cuantitativo y cualitativo, que debería ser una actividad presente en la vida de todas las personas de forma natural, como comer o asearse.
Sin embargo, en esta alocada sociedad “tecnológica” y de la comunicación, nos olvidamos que somos seres de “carne y hueso” que necesitamos relación social permanente, por lo que debemos desarrollar habilidades que favorezcan la gestión emocional desde niños. La actividad físico-deportiva debe hacer frente a la realidad “virtual” en la que están inmersos nuestros jóvenes, favoreciendo más que nunca la educación de lo motriz frente al sedentarismo y propiciando relaciones interpersonales que eviten jóvenes aislados socialmente, ya que el deporte es un excepcional medio de comunicación, autoconocimiento y cohesión social.
En bastantes ocasiones algunos padres castigan a su hijo sin ir a entrenar si ha tenido algún suspenso. En palabras de la psicóloga Yolanda Cuevas[1], el típico castigo de “te quito del deporte que tanto te gusta”, no es efectivo ya que para que el castigo sea educativo tiene que suponerle un esfuerzo, algo que le ayude a autocontrolarse. Si le castigas sin ir a entrenar no sólo no hace el esfuerzo que tenía que hacer para desplazarse, sino que, además, deja de cumplir con el compromiso que tiene con sus compañeros.
Es decir, estás fomentando la no responsabilidad, cuando la clave es buscar alternativas educativas ingeniosas para que el castigo sea la excepción y no la regla, ya que éste extingue la conducta de manera puntual, pero la raíz del problema no se soluciona.
Cuando castigáis a vuestro hijo, castigáis a todo el grupo, incluido al entrenador y a los padres que no lo hacen, porque todos formamos una gran “familia” con la que nos comprometemos al inicio de la temporada y si un miembro de ella falla, todos lo sufrimos.
Por tanto, apreciados padres, ¿vais a permitir que vuestro hijo pierda todas estas oportunidades formativas para la vida? ¿No creéis que puede aprender a compatibilizar y planificar sus obligaciones académicas con las deportivas? Entonces, ¿qué ganáis castigando a vuestro hijo sin entrenar? Tendrá más tiempo para estudiar, pero ¿usará ese tiempo para ello?
Sin duda, la primera escuela es la casa, donde realmente tiene que comenzar la educación en valores. Por desgracia, en el ámbito deportivo, no sucede siempre así y algunos padres piensan más en el futuro de su hijo como futura estrella deportiva, mientras éste quiere gozar y disfrutar del presente. Este conflicto de intereses y perspectivas acaba presionándolo, haciéndole perder la ilusión y abandonar el deporte que tanto le gusta.
Los padres tienen que estar implicados en el afianzamiento de dichos hábitos saludables, para lo que necesitan una formación específica que evite contradicciones en la mente del joven entre lo que se le dice en el centro educativo (o club) y la posible formación antagónica que pueda recibir en casa. Por tanto, es clave el papel de la familia para evitar contravalores y emociones tóxicas (envidia, odio,…) en el ámbito de la actividad física y deportiva.
Para conseguir la adherencia a la práctica, es necesario “tocar sus fibras sensibles” a través de su dimensión emocional. Sin embargo, la práctica deportiva mal dirigida puede ocasionar grandes perjuicios emocionales, como apreciamos, a veces, en competiciones deportivas infantiles, con comportamientos inadecuados de algunos padres que generan ambientes tensos y negativos para la educación integral de sus hijos, creando un clima de presión y nerviosismo que altera el correcto comportamiento de los jóvenes durante la competición.
Debería ser al contrario, que los padres en lugar de asumir roles de fanáticos entrenadores impartiendo instrucciones técnicas, enseñen el “juego limpio”, les hagan amar el deporte como elemento de educación y desarrollo integral, favoreciendo el respeto a compañeros, árbitros y adversarios. La actitud y comportamiento de los padres entorpecerán o favorecerán el proceso de aprendizaje y desarrollo del niño, no solo como deportista sino también como persona.
Si un niño ve que sus padres gritan e insultan en los partidos, se sentirán obligados a ganar para satisfacerlos, para que no se enfaden, por lo que cada partido se convertirá en una experiencia negativa y llena de tensión. A veces nos encontramos a algunos que son auténticos “forofos” de sus hijos, siendo la mayoría de sus comportamientos contraproducentes con la labor educativa y deportiva de sus profesores o entrenadores.
Los padres son los máximos responsables de la educación y autonomía de sus hijos, debiendo tener en cuenta la teoría de la imitación, que señala que “los niños no hacen lo que los padres les dicen que hagan, sino más bien lo que les ven hacer”.
Por ello, deben ser un buen ejemplo para ellos, teniendo presente que los hijos no son una prolongación de los padres ni la oportunidad de hacer realidad un sueño que éstos nunca pudieron llegar a alcanzar. Por tanto, el objetivo será conseguir la transmisión de valores, la creación de hábitos saludables, el equilibrio psico-físico-emocional y un futuro más digno para estos jóvenes.
En efecto, la calidad de la relación emocional entre padres e hijos durante la infancia y adolescencia puede determinar, años más tarde, la salud emocional del joven.
Tienen que incentivarle -sin obligarle- para que el joven quiera ser más activo, de forma voluntaria, hacia una práctica deportiva placentera, en función de sus intereses, sin someterle a presiones competitivas ni a expectativas de éxito, que más tarde se pueden convertir en frustraciones si no han sido satisfechas dichas ilusiones. Dicho estrés psico-físico se ve incrementado si los padres son excesivamente exigentes en su rendimiento académico, con metas inalcanzables para sus hijos, lo que conducirá a niños temerosos y competitivos, obsesionados por ser los primeros a cualquier precio.
En definitiva, el rol de los padres es entrenarles para la vida, enseñarles a descubrir sus talentos y a mirar dentro para entender lo que sucede afuera, ya que lo externo suele ser reflejo de lo interno. Pero, para poder contribuir al desarrollo de sus hijos, antes se ha de poner el foco en el propio crecimiento personal y deportivo como padres. El ejemplo es la mejor forma de enseñar, teniendo presente que una medalla nunca vale más que la salud integral de un joven.
[1] https://yolandacuevas.es/2015/03/28/vale-no-lo-castigo-sin-deporte-entonces-que-hago/