Fernando Mendiguchía Olalla
Gestor Deportivo
REFLEXIONES DESDE LA GRADA
“LA ASISTENCIA A UN ESPECTÁCULO DEPORTIVO NO SUPONE ADQUIRIR EL DERECHO AL INSULTO”
Imagine un domingo por la tarde cualquiera. Usted ha decidido ocupar el tiempo de ocio que le resta, antes de que el lunes se desplome sobre su cabeza, con un rato de cine en busca de aproximadamente 90 minutos de diversión (casi igual que un partido de fútbol).
Sale a la calle con sus vástagos de la mano (ese “tiempo libre” puede y debe ser también educación) y se encuentra con policías a caballo que escoltan a otras familias que, como usted, han decidido ver la última de Bond, James Bond, y que agitan sus bufandas coreando toda suerte de improperios dirigidos hacia el malo malísimo de turno.
En la entrada de la sala, palomitas en mano, es cacheado oportunamente por el acomodador, en busca de algún arma arrojadiza. A sus retoños les miran de arriba a abajo intentando localizar tatuajes que les delaten como miembros de una banda de ultras radicales fieles hasta la muerte (y más allá) del agente 007.
Ya en su butaca, y cuando solo van un par de tiroteos, la tranquilidad reinante es violada por la luz de una bengala y los recuerdos dirigidos a la madre del sicario que pretende evitar la victoria de nuestro héroe. Acto seguido el gallinero, botando al unísono, exige la dimisión del director del film… la cosa se endurece cuando entran los antidisturbios repartiendo a diestro y siniestro, contribuyendo a tan ejemplarizante divertimento para sus chicos/as que, por cierto, ya se han sumado a quienes lanzan botes de refresco contra la pantalla.
Si esta pesadilla es inimaginable cuando nos planteamos gozar de un espectáculo, de cualquier espectáculo, ¿por qué aceptamos “pulpo como animal de compañía” cuando de deporte se trata? ¿Por qué la mala educación y la violencia son asumidas y justificadas como un derecho inherente al pago de una entrada? ¿Por qué somos capaces de trasladar estos comportamientos deplorables también a los recintos donde juegan, se divierten ( o lo pretenden) los y las deportistas en edad escolar? ¿Por qué somos capaces de trasladar ese modelo a nuestros menores cuando hay de por medio una anecdótica victoria o derrota deportiva en comparación con la importancia de su educación?
Sí le gusta el deporte como espectador, relájese y disfrute; si no es capaz vaya usted al cine (a lo sumo tendrá que pedir al de al lado que se calle un poquito). Al final siempre ganan los buenos y usted dormirá tranquilo sabiendo que, al menos, el lunes no tendrá que seguir rumiando el éxito o fracaso (tan trascendente y vital) del equipo de su vida, o peor aún, el de su hijo/a. Por el bien de todos y por el suyo propio, participe del espectáculo pero no lo dé.
Sí ha llegado al punto de sonrojarse, bien por el remordimiento de recuerdos de ejemplos propios poco edificantes, o por la vergüenza ajena de las experiencias vividas y sufridas, quiere decir que estamos en el camino correcto para convertirnos en espectadores ejemplares, y educadores excelentes.